¿Sueñan los
 drones con legislación eléctrica?
Mientras los 
soldados del futuro rastrean y eliminan a sus blancos con precisión de 
cazadores y sin otra intervención humana que la orden que los coloque en
 marcha desde cualquier punto del mundo, intelectuales, académicos y 
activistas contra los “robots asesinos” han comenzado una campaña para 
concientizar al público en general, y a los estados en particular, sobre 
la urgencia de una legislación que controle el “desarrollo, producción y
 uso de armas completamente autónomas”.
Como en las mejores 
películas de ciencia ficción, la pregunta moral acerca de una tecnología
 diseñada para escapar de los laberintos de la conciencia humana se 
profundiza a la misma velocidad que los drones perfeccionan su arte de 
la guerra: en uno de sus últimos documentos, el Departamento de Defensa 
de los Estados Unidos afirma que ha sido aprobada la capacidad de los 
drones para seleccionar y atacar blancos “sin intervención del operador 
humano”.
Pero la posibilidad de que un drone liberado a su 
criterio logarítmico convierta en territorio de batalla cualquiera 
espacio o que la vital diferencia entre aliados y enemigos –fueren 
militares o civiles– desaparezca repentinamente no sólo es un buen 
argumento cinematográfico. Por un lado, ha sido demostrado que las 
órdenes de un drone pueden hackearse desde tierra con el software 
adecuado; por otro, la velocidad supersónica de las últimas versiones de
 estas naves no tripuladas ha logrado disminuir casi a cero el margen de
 reacción humana para corregir errores. Ante ambos escenarios, las 
consecuencias resultarían devastadoras para todos los involucrados. A 
excepción del drone.
Para académicos ligados a estudios de 
inteligencia artificial como Noel Sharky, de la Universidad de Sheffield
 en Inglaterra; premios Nobel de la Paz como Jody Williams, referente de
 las campañas internacionales contra el uso de minas terrestres, y 
organizaciones como Human Rights Watch, la solución al problema de la 
“inhumanidad de automatizar la muerte a través de máquinas” es 
prohibirla.
Aunque una tecnología que ha colocado a los ejércitos
 del futuro a las puertas de la verdadera autosuficiencia, puede 
movilizar drones hacia y desde cualquier país y dispone de un poder de 
fuego altamente efectivo, libre del estrés, el agotamiento o la 
inquietud intrínsecos a la esencia de la raza humana, no es precisamente
 un inconveniente para las expectativas de la industria militar.
“Como
 cualquiera con experiencia en computadoras sabe, si dos o más máquinas 
con programas desconocidos se enfrentan entre sí, el resultado es 
impredecible y podría crear un daño inimaginable para los civiles por 
los que se preocupa la organización Human Rights Watch”, explica en su 
manifiesto anti-drone el profesor Noel Sharky.
Aún así, los drones
 también operan a favor de su propia imagen pública.
Cuna de la 
ingeniería contemporánea, el Massachusetts Institute of Technology (MIT)
 ha solicitado el uso de drones para vigilar los límites de su 
propiedad, al igual que varias universidades de California, Kansas, 
Texas, Virginia y Arizona, además de otras organizaciones 
gubernamentales interesadas en la vigilancia de fronteras, cosechas y 
otras zonas de interés estratégico. En ese sentido, los drones tienen la
 capacidad de funcionar no sólo como una útil herramienta de aprendizaje
 sino como dispositivos capaces de recopilar valiosa información de uso 
práctico.
Es esa delgada línea ética –línea que delimita también una 
frontera entre la vida y la muerte– donde las opiniones se cruzan.
Sigiloso,
 obediente y efectivo, un drone puede transformarse en algo más que una 
simple máquina diseñada para vigilar y castigar. ¿Pero cómo medir la 
barrera sobre lo que puede ser visto, oído y registrado cuando su poder 
se libera sobre una población civil?  Mientras la discusión sobre 
el derecho a la intimidad traza sus primeras coordenadas en la esfera 
civil, el Pentágono informó que incluso los ciudadanos norteamericanos 
en el extranjero pueden ser blancos letales de los drones, sin juicio 
previo ni posterior, si estos los consideran una amenaza.
La nueva
 declaración de inmunidad jurídica surge en un contexto de por sí 
complejo, con protestas que incluyen desde pacifistas frente a bases 
aéreas de la Guardia Nacional en Nueva York, hasta Pakistán, donde la 
ciudadanía reclama justicia frente a diversas embajadas por las víctimas
 civiles.
Desde 2004, los muertos inocentes de la “campaña drone” sobre 
territorio Talibán ascienden a casi 900, incluyendo 176 niños, mientras 
que la cifra de blancos humanos que sí eran objetivos militares supera 
los 3.000. En la mayoría de los casos, además, se trata de operaciones 
encubiertas realizadas al margen de cualquier legislación internacional.
Entre
 las curiosidades, un presunto documento escrito por Abdullah bin 
Mohammed, cuadro jerárquico de Al Qaeda, fue rescatado en la república 
de Mali con 22 consejos para “evadir ataques de un drone”. Espejar el 
techo del auto para confundir las cámaras o utilizar equipos 
electrónicos rusos para alterar la programación del drone –por sólo 
2.500 dólares, indica el texto– son algunas de las opciones.
Irán, 
mientras tanto, no sólo ha derribado drones estadounidenses durante los 
últimos dos años sino que ha comenzado la práctica de ejercicios 
militares para contrarrestar “hipotéticos dispositivos de vigilancia 
extranjera” sobre su territorio. “En la guerra actual, suele ser 
la mayor parte del tiempo un ser humano detrás de cualquier tipo de arma
 de fuego el que toma la decisión de disparar o no”, declaró por su 
parte Jody Williams. “Si –explica la premio Nobel de la Paz– podrán ser 
programados y dejados con la libertad de decidir cuándo iniciar un 
ataque o no”.
Si bien no existen aún robots capaces de marchar 
sobre los campos de batalla con total libertad de decisión, los 
activistas preocupados por el avance de la era de los drones coinciden 
en que, con certeza, ese momento no está lejos. Y por eso la 
pregunta acerca de si la paz del mundo, más allá de cualquier 
legislación que supervisara su existencia, puede quedar por primera vez 
bajo el cuidado de un verdadero Skynet –el programa autónomo que toma 
conciencia y traiciona a la Humanidad en la saga Terminator– termina por
 revelarse como una cuestión menos fantástica de lo que podría haber 
parecido hace diez o veinte años.
Entretanto, basta explorar los 
contenidos con la palabra “drone” en YouTube para encontrar parejas 
sorprendidas por el vuelo rasante de un drone civil en medio de París, 
cazadores clandestinos de aves disparando a drones que los registran 
mientras violan la ley o el testimonio de decenas de ciudadanos 
pakistaníes cuyas familias fueron arrasadas por drones militares.
Máquinas que jamás necesitarán explicarse, ni siquiera durante la más 
larga noche de su existencia, las consecuencias de su obediencia ni de 
su libertad.
Fuente:  revistaenie.clarin.com/ideas/2013  
Información: 
Invasión de robots asesinos  
¿Podrían los robots tomar el control de nuestro planeta y destruirnos?