El huésped no invitado


por Christopher Anvil

Relato


Pese a la opinión de muchos expertos en OVNIS, puedo asegurar por experiencia personal que no todos los miembros de las Fuerzas Aéreas son "aburridos, sin imaginación y propensos a la violencia" cuando se enfrentan con un problema difícil. Y lo mismo ocurre con los ingenieros y científicos civiles que trabajan para ellos.

Con unos cuantos hombres de esta clase, al plantearse la situación ideada por Christopher Anvil, los resultados podrían ser muy aleccionadores. Quisiera añadir que la idea del autor acerca del origen y naturaleza de su platillo volante la consideran algunos investigadores de este campo, en contra de la oposición de la mayoría, digna de tenerse en cuenta.


siempre889.mx/noticias/Tras una persecución la Policía atrapa un “platillo volador”. Y debajo, dsalud.com/La cebolla, un alimento realmente curativo.

Richard Verner, bajo el Sol de la mañana, se encontraba entre la grúa, cuya parte superior había sido arrancada, y la maciza cúpula de un edificio de la que surgían dos periscopios. A su derecha, estaba un tieso militar, con insignias de general y aire de estupor. A su izquierda, una docena de hombres que contemplaban inquietos un objeto plateado que se mantenía en el aire, sin que nada lo sujetase.

Este objeto era tan brillante que costaba verlo, pero Verner a fuerza de estudiar sus reflejos, calculó que tendría forma ovoidal, unos dos metros y medio de ancho por uno y medio de alto. Y que flotaba a unos quince centímetros del suelo. En su resplandeciente superficie se distinguían innumerables puntos negros que iban aumentando de tamaño para luego disminuir hasta desaparecer por completo y volver a surgir en otro lugar, donde se iniciaba nuevamente el proceso.

El aire estaba impregnado de un ligero olor a amoníaco.

El general carraspeó.
—Hace una semana que eso apareció por aquí. Hacía más calor, el Sol era más fuerte que hoy y los puntos negros más pequeños, por lo que resultaba mucho más brillante; al principio nadie supo si se trataba de un espejismo, una corriente de aire cálido, manchas en las lentes o si, por el contrario, debería visitar al psiquiatra. De modo que nadie quiso hablar. Luego, eso se quedó quieto delante del empleado Aaronson, que iba hacia el edificio, y decidió tirarle una piedra. Si rebotaba, es que no se trataba  un espejismo. No rebotó; desapareció en el interior. Pero entonces, lo que eso sea, le escupió la piedra a Aaronson y lo alcanzó en el hombro. Le hizo el mismo efecto que un Colt cuarenta y cinco. No quedó la menor duda de que era un objeto real y poco después teníamos de veinte a treinta informes en el mismo sentido.

Verner estudió atentamente aquel objeto.

—¿Qué hicieron entonces?
—¿Qué podíamos hacer? Esto es una base de pruebas de misiles, no una sucursal de la Sociedad Interplanetaria. Tenemos un trabajo concreto. Hay un grupo que se encarga de esas cosas y se lo notificamos. Nos enviaron a unos cuantos individuos, que se limitaron a toser y mirar, para volver a casa y decidir que era o bien un "globo meteorológico mal hinchado", "un fenómeno atmosférico" o "una variante del fuego de San Telmo que antes se veía en los mástiles de los buques".

El general indicó con la mano todos los edificios que se alzaban en los contornos.
—Suponen que el viento sopla entre esas torres y "genera electricidad estática". Bueno, olvidémoslo.  Ya han dado su explicación, aunque eso sigue ahí. Quisimos ignorarlo, pero no hace más que recorrer la base y no nos ha sido posible.

El otro día, faltaban diez minutos para que lanzásemos un misil, y eso, que volaba a unos cientos de metros de altura, se colocó exactamente en el sitio menos indicado, por lo que tuvimos que suspenderlo. Hay tres nuevos agujeros en las alambradas, de unos dos metros de ancho por uno y medio de alto, que es por donde ha pasado, y las cercanías están sembradas de pedazos de hierro. Ayer descendió hasta uno de los técnicos y le arrancó un pedazo de ropa y unos centímetros de piel. No volveremos a verlo hasta que eso haya desaparecido.


wikipedia.org/Christopher Anvil (1925-2009), uno de los mejores escritores de ciencia-ficción de la Historia. 

Desde entonces se ha dedicado a arrancar pedazos del edificio, del coche de Hammerson, de un árbol y de la torre de control, así como unos veintisiete metros de hierba y de desperdicios del otro lado de la alambrada. Cada vez que hace algo así, lanza una lluvia de metal, madera o piedras desmenuzadas, que salen hacia el suelo terrestre de Tina a velocidad que va de cero a novecientos metros por segundo —el general dirigió al objeto una agria mirada—. En tal situación estamos. No podemos preparar los misiles por miedo que eso decida pegarles un mordisco. Ninguno de los hombres de la base se alistó en fuerzas de combate. Lo que yo quisiera hacer es lanzarle un antimisíl. Pero mi gente me dice que, con toda seguridad, lleva tal energía que la explosión va a hacer desaparecer la mitad del Estado. Por tanto —añadió el general, volviéndose hacia Verner— ya que es usted heurístico y su trabajo consiste en solucionar los problemas que escapan a los expertos, le paso este lío. No me importa a quien llame o qué sea lo que haga. ¡Líbreme de eso antes de que desbarate todo nuestro programa espacial!

Verner estudió aquel objeto con suma atención, aspiró hondo y envió un telegrama. Luego, invirtió el resto del día observándolo y atendiendo los relatos de infinidad de testigos que le iban explicando su experiencia personal. En dos ocasiones tuvo que echarse al suelo, porque aquel objeto volaba muy bajo, mientras lanzaba a todas partes fragmentos de material. Muchos de los testigos hablaban con evidente inquietud.

—Hay algo que no marcha. Ya no vuela tan alto como antes.
Ni tampoco se mueve como antes.
Y... ¡Fíjese!

Por un instante, se apagó el brillo de aquel objeto, igual que un espejo empañado. Sus numerosas manchas negras se redujeron al tamaño de cabezas de alfiler. Segundos después, recobró su aspecto habitual. Pero se advertía que algo le pasaba.

Uno de los ingenieros comentó:
—Tengo la impresión de que está enfermo. Y que Dios nos asista si se muere. Cuando a un hombre le falla su sistema, se derrumba y ha acabado. Pero con la energía interna que tiene eso, me temo que se convierta en una bomba atómica en miniatura.

Al atardecer, Verner había reunido mucha información, opiniones diversas, quejas y la respuesta a su telegrama. Entonces, envió a varios de los hombres de la base al almacén más próximo. Poco después, se volvió al oír unos pasos que se aproximaban.

—Bien —dijo el general— ¿tiene algún proyecto?
—Sí, pero antes quisiera preguntarle una cosa.
—Hágalo.
—¿Siempre huele a amoníaco?
—Desde que está aquí.
—¿Qué hace por la noche?
—Desciende a un par de centímetros del suelo. Entonces da la impresión de ser de plata, y la Luna y las estrellas se reflejan en la superficie, lo mismo que en una bola de cristal.
—¿Cree usted que es una nave interplanetaria, una especie de aparato de reconocimiento, o un ser vivo?

El general fue a hablar, miró las sombras que se extendían por la base, y luego dijo:
—La única respuesta que lógicamente puedo darle es ésta: lo ignoro. Es posible construir un aparato que actúe como si estuviera vivo. Pero la impresión que tengo es que se trata de un ser vivo, que se encuentra bastante mal.

—¿Por qué cree que está ahí?
—Que me registren. ¿Por qué, de todos los lugares de la Tierra, iría a detenerse en una base de pruebas de misiles? Lo ignoro.

Verner quedó pensativo.
—¿De dónde supone que viene?
—La misma respuesta. Y ahora aquí huele a amoníaco. Uno de los componentes de nuestra atmósfera es el dióxido de carbono. Nosotros exhalamos dióxido de carbono. Hay planetas que, según los cálculos, tienen amoníaco en su atmósfera, además de otras cosas. Esta criatura, en caso que eso sea, exhala amoníaco de vez en cuando. Quizá venga de uno de los planetas que lo tienen en su atmósfera. A lo mejor de Júpiter.

—¿Apareció poco después de algún lanzamiento?
—Pues sí, exacto. Acabábamos de poner un satélite en órbita. ¿Y qué tiene que ver eso con que venga, a aquí?
—Supongamos que fuera usted un astronauta en apuros en busca de ayuda y, de pronto, de un planeta cercano partiese un satélite.

El general meditó un instante.
—Lo más probable es que fuera al lugar de donde partió el satélite para que me auxiliaran.
—¿Y cómo podría usted explicarles lo que necesita?
—Bueno... desde luego que no podría hablarles en su idioma; por lógica, tendría que expresarme "por señas".
—Exacto. Bien, suponiendo que esto sea lo que intenta nuestro visitante, ¿qué querrá decirnos?
—Pero si muerde las cosas —gruñó el general—. De acuerdo. Vamos a suponer que quiere comer. ¿Cómo se alimenta una cosa así? ¿Y si viniera de Júpiter? ¿De dónde se saca comida al estilo de Júpiter?

—Para averiguarlo envié un telegrama esta mañana.
El general dio un resoplido.
—¿Pero de dónde van a...? —se interrumpió al ver que varios de sus hombres descargaban unos sacos pesados—. Usted no es de los que pierden el tiempo.
—Eso está aquí desde hace una semana —dijo Verner—. Apenas se ha movido en todo el día y me dicen que parece enfermo. También me dicen que si algo le ocurre, es muy probable que estalle y se lleve con él a la mitad del Estado. No nos conviene entretenernos.

El general asintió.
—Adelante. En cuanto oscurezca más, eso va a dormirse, o lo que haga por las noches.

Verner abrió un cortaplumas, rasgó uno de los sacos, metió la mano para agarrar una bola dura, de piel suave y la lanzó lejos.
Algo cayó cerca del extraño objeto y se fue rodando. Pero la forma ovoide no se movió.
Verner volvió a lanzar una bola. En esta ocasión, cayó debajo del objeto.
Pero tampoco ocurrió nada.

El general contemplaba fijamente la creciente oscuridad. Había un gran silencio, como si todo el territorio contuviese la respuesta.
Esta vez Verner cortó una de las bolas en dos partes, que olían mucho, y arrojó una de ellas. Alcanzó de lleno aquel objeto. Pero éste no se movió. Lanzó la otra mitad. Cayó encima del visitante y desapareció.No ocurrió nada.

El general movió la cabeza.
—Habrá que intentar otra cosa. Podemos...
—Espere... —ordenó Verner tajante.
Uno de los hombres comentó:
—Aún no lo ha escupido. Siempre...
Otro gritó:
—¡Huyamos!
El objeto comenzaba a moverse.
Vino a su encuentro con un ronquido.
Se dispersaron en todas las direcciones. El general corría como si le hubiesen lanzado de una catapulta; miró hacia atrás y ordenó:
—¡Cuerpo a tierra!

Los hombres jadearon al echarse al suelo y casi en seguida se oyó el silbido de fragmentos de algo duro que cortaban el aire.

Al instante, Verner y el general habían dado la vuelta para observar al extraño objeto, que giraba sobre sí mismo, absorbiendo sacos enteros y descendiendo tan bajo que a la vez se llevaba mordiscos de tierra, que luego despedía desmenuzados.

Contemplaron en silencio cómo el visitante acababa con los sacos y luego, igual que un perro en busca de desperdicios, recorría el campo, se detenía aquí, luego allí y de improviso salía disparado hacia el espacio, tan de prisa que en pocos instantes desaparecía de la vista. A lo lejos se oyó un estallido, igual que el de un avión que cruza la barrera del sonido.

Verner y el general se pusieron de pie.

Pasaron varios minutos. Aquel objeto no regresó.
—Bueno —dijo el general—. Dio usted en el blanco. Pero no sé cómo lo hizo.

Verner le tendió un arrugado telegrama. El militar accionó su encendedor y alzó la llama para iluminar el texto:... Primeras investigaciones revelan que, según informe 5 mayo 1966, semillas de cebolla se encuentran en atmósfera de amoníaco, repito amoníaco...

Verner añadió:
—A partir de mañana, pensaba intentar lo mismo con cuanta comida crece en la Tierra. Pero nos quedaba hoy tiempo de hacer la primera prueba.

El general asintió.
Cebollas. Bueno, la cosa concuerda. Si hay algo que huela más parecido a la atmósfera de Júpiter, que me registren. Quién sabe; puede que algún astronauta de Júpiter arrojase aquí esa semilla hace mucho tiempo —miró en torno suyo, aliviado—: De todos modos, gracias a Dios que todo ha concluido.
—Aún no —dijo Verner.

—¿Qué?
—¿Cómo va a explicar este incidente al Departamento que entiende en objetos voladores no identificados?

Una sonrisa se extendió por el rostro del general.
—Me gusta la idea. Bien, bien. Voy a enviarles un informe detallado y una muestra de cebolla. Y esperaré con ansia a ver qué dicen.

Eso fue hace seis meses. El general sigue esperando.

Fuente: cuentoshistoriasdelmundo.blogspot.com.es/VideoBar/2014

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Quick He's getting away

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Publicado el 3 ago. 2016 por  UK News In Pictures