Buitreman


por Ángel Villarino

Lleva 27 años dándoles de comer a diario. Se trata de Buitreman, el hombre que se recluyó en una masía de Teruel, España, para vivir con los buitres. Pasó 18 años como marino mercante, patentó un sistema mecánico para gestionar excrementos de conejo y lleva tres décadas dando de comer a los buitres.

Buitrewoman dice que Buitreman siempre intenta justificar a las aves carroñeras. “Hagan lo que hagan, él las defiende.” Ella, en el fondo, hace lo mismo. Su carácter contenido, firme, se desbarata cuando las rapaces necrófagas empiezan a caer del cielo como cazas Nakajima. Se agita y exige a todo el mundo permanecer sentado, callado, atento. Se trata de evitar que se asusten los buitres leonados, la pareja de cuervos y los alimoches ocasionales. Ni un solo ruido, ningún error. Hay que acercarse por un sendero, avanzar por un pasadizo bajo tierra, subir en silencio y cerrar las habitaciones con la llave girada para evitar ruidos. Hay reglas, muchas, y todas a favor de los pájaros.

elconfidencial.com/Buitreman descarga carroña rodeado por los cientos de buitres a los que alimenta cada día.


La ceremonia tiene lugar cada día a las nueve y media de la mañana. El universo creado por la pareja gira alrededor de ese momento. Los visitantes, la mayoría extranjeros atraídos por Internet, artículos de prensa o guías de viaje, toman asiento en el mirador y se entretienen con el espectacular paisaje hasta que los animales empiezan a volar en círculos, cada vez más bajo. Entonces Buitreman irrumpe con la primera carretilla llena de restos de conejos, vísceras, cabezas, y en general miembros en mal estado.

Las aves se abalanzan a centenares sobre la carne, y la despedazan con ansia. Buitreman grita, da saltos, y se abre paso, como puede, entre picos y plumas. “Es un espectáculo único en Europa. Los buitres leonados pueden medir más de un metro y medio y alcanzan una envergadura de 2,8 metros con las alas abiertas, dice Buitrewoman, entusiasmada, mientras su marido carga otra carretilla de carne en la furgoneta. El viento sopla de cara y la sala se inunda con el olor primitivo que dejan cientos de alas agitadas por el hambre.

Marinero en tierra

Buitreman es José Ramón Moragrega, un ingeniero industrial de 65 años, exmarino mercante y exgranjero de conejos. Buitrewoman es una mujer enérgica que se llama Dolores (Loli) Carrasco y que gestiona como un vendaval Mas de Bunyol. La pareja ha convertido su adicción por la naturaleza y las aves en un observatorio único en el mundo a la sombra de las Montañas de los tres Reyes, en el Matarraña aragonés, provincia de Teruel.

Acercarse a un buitre salvaje en libertad no es sencillo. José Ramón empezó a echarles comida hace 27 años y tardó más de tres en empezar a verlos comer, escondido. Por aquel entonces tenía una explotación de conejos y sabía que en los riscos que sirven de barrera natural a su finca anidaban dos o tres parejas de buitres leonados. “Empecé a dejarles algún animalito muerto por causas naturales para ver si bajaban. Al principio no los tocaban. Luego empezaron a darle algún picotazo, a llevarse algo, aparecía alguna pluma. Estuve mucho tiempo sabiendo que venían pero sin verlos. Cada vez comían más. Hasta que un día pude observarlos desde la granja.”, recuerda.

"El 'hobby' nos absorbió y los buitres empezaron a coger una rutina..."

Loli dice que ha contado muchas veces la historia de cómo a su marido le entró una fiebre contagiosa por las rapaces. “Me parecía una idea de las suyas, pero a fuerza de escucharlo me generó curiosidad. Cuando los vi comer por primera vez me fascinó, pero le dije que aquello no se podía hacer a las bravas, que podíamos meternos en un lío, y que había que pedir permiso. Así que nos informamos para registrarlo oficialmente. Conseguimos la licencia para montar un comedero, nos encargamos de la obra que nos pedían, del vallado, y lo dimos de alta”.

elconfidencial.com/Manada de buitres en Mas de Bunyol.


En aquella época, la granja no iba del todo bien y si no quebró es porque a José Ramón se le ocurrió patentar un sistema mecanizado para gestionar excrementos de conejo que tuvo éxito en media Europa. “Eso nos dio un respiro, porque teníamos que amortizar la deuda y aquello no era rentable.” Vivían en el pueblo y lo que más les ataba emocionalmente a la finca no era el negocio, sino la interacción con los buitres, cada vez más intensa. “El 'hobby' nos absorbió y los buitres empezaron a coger una rutina, a venir a una hora determinada. Eran muchos menos que ahora, decenas, pero ya bajaban casi al mismo tiempo que les ponía la comida. Empezó a correrse la voz y vino gente de muchos sitios a verlo. Fotógrafos de la Naturaleza, programas de televisión y la revista 'National Geographic', con un fotógrafo muy bueno que se quedó aquí varios días…”

Nochevieja entre buitres

Buitreman nació en un pueblo de la zona, Beceite, y recuerda haber visto sus primeros buitres siendo niño. “En un muladar, donde antes llevaban el ganado muerto para que las rapaces hiciesen su trabajo, me los encontré comiendo. Iba con mi padre y salieron volando. Recuerdo que me impresionó mucho, me hicieron sentir importante”. En cuanto pudo, el joven José Ramón se marchó a Barcelona a trabajar y estudiar. “Me levantaba a las cinco de la mañana y me dedicaba a los montajes industriales. A las cuatro empezaba las clases en la escuela y llegaba a casa a medianoche. Al acabar, me dieron trabajo en un buque mercante”. Pasó 18 años navegando y desembarcó “en 70 o 75 países”. “Entonces estábamos mucho tiempo en los puertos, no como ahora. Conocí Chile durante el golpe de Estado, me reuní con los sandinistas en Nicaragua, vimos caer los morteros cubanos en la guerra de Angola…”.

Información:

El auténtico BUITREMAN, el hombre del Observatorio de Buitres de Mas de Bunyol

Buitreman es José Ramón Moragrega, un ingeniero industrial de 65 años, ex-marino mercante y ex-granjero de conejos. Lleva casi 30 años alimentando a cientos de buitres que caen del cielo en una ceremonia que tiene lugar cada día a las nueve y media de la mañana.

Esta es su historia.



Publicado el 23 jul. 2017 por  El Confidencial

En vacaciones volvía al pueblo y se enamoró de una chica de Barcelona, Loli, que había pasado unos días de acampada en la zona con amigos. Tuvieron una hija y José Ramón se cansó de oírla crecer al teléfono. “La niña veía el aparato y se ponía a decir ‘papá, papá’. Decidí que eso no podía ser y le pedí a mi padre que eligiese una finca cerca del pueblo para montar un negocio. Así compramos Mas de Bunyol y abrimos una explotación de conejos.” La granja, hoy vacía, sigue allí. Es el único edificio que se ve desde la terraza de la masía.

Buitreman lleva muchos años sin salir del área, una de las menos pobladas de Europa. No se concede fallar ni un solo día a su cita con los buitres. “En Navidad y en Nochevieja, también les echo. Llueva o nieve. Todos los días, venga o no venga nadie a verlo. Solo dejo de echarles comida cuando las tormentas son muy fuertes y hay riesgo para ellos, algo que pasa dos o tres veces al año como mucho. No tengo nostalgia de nada y menos de viajar. Ya conocí mundo y ahora lo que me llena es este proyecto. Me siento muy agradecido de poder vivir así. Cuando trabajaba en el barco necesitaba vacaciones, ahora me da la sensación de que todo el tiempo que tengo es tiempo libre.”


La colonia de buitres que acude a comer a diario a Mas de Bunyol ha ido creciendo año tras año. De pocas decenas pasaron al centenar largo y ahora, cuando las condiciones atmosféricas son propicias, se juntan más de 500 en una misma mañana.

“Algunos vuelan cientos de kilómetros. Sabemos que llegan del extranjero porque hemos visto las marcas que les ponen en Francia y en Portugal. Cada vez son más descarados. Hace cinco años se quedaban a una distancia prudente, ahora se me suben encima, se meten en la camioneta, abren con los picos los contenedores, etc.”, dice José Ramón, que vuelve a menudo a casa con la ropa rota, picotazos en las piernas y los brazos, y heridas en la cara.

“No quieren hacerme daño, pero tienen hambre y se ponen ansiosos. Se empujan, picotean, y a veces me hacen daño, pero nunca atacan”, dice.

“Ya te lo he dicho, siempre justifica a los buitres, replica Loli.

Los animales han aprendido a interpretar el ritual y no toleran cambios de guión. El uniforme de Buitreman es siempre parecido —prendas oscuras y la cabeza cubierta— y repite los gestos sin salirse del guión establecido. “Si se acerca alguien que no conocen, si ven algo raro, si tiro la carretilla de otra manera, los buitres salen huyendo. Pero conmigo se comportan como si fuese un buitre, con total naturalidad.”

Una de las experiencias más traumáticas de estos 27 años la vivieron con Frank de la Jungla. Al parecer, se empeñó en ser él en persona quien diese de comer a los animales sin escuchar las reglas sagradas de Mas de Bunyol. Y sin renunciar a su gorra, ni sus 'crocs', ni su camiseta blanca. Después de tres días frustrantes, ahuyentando y asustando a las rapaces, le invitaron a marcharse.

“Tardé semanas en que volvieran a la normalidad. Desconfiaban porque entendían que había pasado algo raro. Después han venido más televisiones, pero ya no permitimos que nadie incumpla las normas básicas para montar un espectáculo.”

La comida, kilos y kilos de carne de conejo cada día, la obtienen del matadero local, con el que han llegado a un acuerdo que conviene a las dos partes. “Hay animalitos que mueren o que no sirven para el consumo humano por muchos motivos, y los ganaderos tienen que pagar a empresas para que se deshagan de ellos, generalmente incinerándolos. Eso tiene un coste que se ahorran si los convertimos en comida para los buitres."

La decisión de profesionalizar su afición y convertir Mas de Bunyol en un observatorio de aves no fue sencilla. "Era una aventura que nos pilló ya muy mayores. Suponía mucho riesgo y una hipoteca hasta los 84 años." Empezaron a ofrecer la experiencia al público desde una caseta junto al comedero, pero estaba demasiado cerca de los buitres y les costaba mucho mantener a la gente quieta y en silencio. “Decidimos construir un mirador y un pequeño hotel en la masía para hacerlo viable. Creamos un sendero y un acceso bajo tierra para conseguir lo más difícil del trabajo: que no se asusten los buitres. En la Administración nos dijeron que si hacíamos eso no podíamos seguir teniendo la granja de conejos, así que la cerramos y dimos portazo. Loli había trabajado un tiempo en un hotel rural de lujo y sabía cómo gestionar el hospedaje. Creo que si no hubiera visto tanto mundo, no habría tenido el valor de llegar hasta aquí.”

Desde entonces, Buitreman y Buitrewoman se dedican en exclusiva a lo que más les gusta. Su vida transcurre en su universo particular, al que permiten acceder por un módico precio y acatando reglas sencillas pero estrictas. “Hay gente que entra poco convencida y sale entusiasmada. Y no sabes a cuántos se les saltan las lágrimas.” Los conservacionistas, en general, aplauden el proyecto. “Las rapaces necrófagas, como los buitres, se han alimentado tradicionalmente en los muladares que había en el entorno rural. A raíz de las vacas locas se prohibió esta práctica y los animales ya no tenían dónde comer. Hubo años muy difíciles y proyectos como este de Teruel han hecho una labor muy importante”, subraya Nicolás López, responsable de especies amenazadas de la organización SEO Birdlife.

En 2011 se volvió a establecer un sistema para dar de comer a las rapaces, aunque en Aragón, matiza López, aún no funciona bien del todo. “Pasada la emergencia, estos sitios, que son como restaurantes para buitres, tienen menos sentido”, dice. Algunos ecologistas creen que las grandes concentraciones de animales que generan proyectos como Mas de Bunyol pueden acarrear efectos adversos. “Conozco el caso y me consta que allí se está haciendo con mucho respeto y con muy buena intención. Ha hecho su servicio, pero hay que decir que tampoco es lo ideal porque crea costumbres que en la naturaleza no existen y altera el comportamiento de las aves, que acaban dirigiéndose al mismo sitio, haciendo kilómetros y generando dependencia de un sistema que no es natural.”

Buitreman hace esfuerzos para que la interacción con las personas sea mínima.

“Odio la idea de que la gente empiece a jugar con los animales. Yo podría hacer un espectáculo distinto, sentándome con ellos y dándoles de comer de otra manera, incluso forzando que la gente se acerque. Pero somos muy estrictos. Mi mayor miedo es que Mas de Bunyol desaparezca, y por eso necesitamos que esto se sostenga solo antes de desaparecer.”

La pareja se despide en la entrada de la finca, rodeada por una nube de plumas de buitre.

Fuente:  elconfidencial.com/espana/AVES/2017


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