por Jesús Agudo
CRÍTICA
Eric Bana protagoniza una curiosa mezcla entre película de terror y serie de policías, en la que funciona mejor el thriller que los sustos, y Edgar Ramírez mejor que el protagonista.
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Las posesiones y exorcismos son el pan de cada día del cine de terror. A estas alturas, en las que películas como 'El exorcista' no es capaz de asustar a muchos niños, la osadía de utilizarlos como centro para un nuevo largometraje es considerable. Lo primordial ahora es encontrar la forma de, dentro de lo conocido, llegar a pillar por sorpresa al espectador. ¿Pero qué ocurre cuando ya has dirigido un exorcismo, cómo evitar caer en la repetición?
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Scott Derrickson se atreve con este reto en 'Líbranos del mal', una película basada en las vivencias de Ralph Sarchie, un policía del Bronx que ahora trabaja como ayudante de un sacerdote especializado en exorcismos.
La película nos muestra cómo se habrían conocido Sarchie y Mendoza, y
cómo el escepticismo del agente sufrió un revés al presenciar su primera
"limpieza".
El director de 'El exorcismo de Emily Rose' o 'Sinister' ha probado suerte con la técnica de la mezcla de géneros para darle una vuelta a un planteamiento tan manido como éste. Al terror clásico se le suman el thriller o el ritmo de una serie policiaca procedimental,
no queda claro si con vistas a presentarnos más casos o simplemente
como inspiración para esta cinta en concreto. El resultado es un peso
mucho menor para el terror, un aire y estética más cercanos a 'Prisioneros', o incluso a 'True Detective', salpicado por toques sobrenaturales.
Tanta
mezcla resulta algo perjudicial en el resultado final, quedando cojas
casi todas las partes. Aunque como thriller policiaco es bastante
interesante, como película de terror no llega a cuajar, y su guión tiene tantos frentes abiertos que llega a resultar confuso y desconcertante, sobre todo cuando ahonda en el pasado de Santino, el hombre al que buscan. El flojo libreto es compensado con una puesta en escena bien construida
(gracias al dinero de Jerry Bruckheimer), con un Bronx oscuro y
deprimente que planta un escenario perfecto para la película, y con una
escena de exorcismo que consigue recuperar la intensidad necesaria para
clavarnos a la butaca, y con tantos rituales como podemos llegar a ver
en la rama más genérica del terror, que eso ya es mucho decir.
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Edgar Ramírez tiene el control
Gran parte del éxito de este segmento corresponde a las dos piezas más solventes del reparto. Una de ellas es Edgar Ramírez, que se presenta como el diamante en bruto, siendo el más destacable de toda la película, sacando a relucir su talento tanto en los momentos de calma como armado con un crucifijo. No se queda atrás Sean Harris, que logra poner el pelo de punta con su interpelación de hombre poseído, sabe ser misterioso cuando le están persiguiendo y sabe desatarse en la escena del ritual. Mención especial para Joel McHale, al que no le sienta nada mal la pose del típico policía de película norteamericana "blanco que se cree negro", un "buddy" de lo más competente.
Es una pena que Eric Bana siga siendo tan limitado como de costumbre.
Como protagonista de esta película puede no ser importante la carga
interpretativa, pero es frustrante ver cómo al personaje principal se lo
van comiendo todos los de alrededor, sobre todo Edgar Ramirez. Mientras
que uno se desgañita luchando contra los demonios internos de Santino,
el otro parece que está viendo la lluvia desde la ventana. En eso hace
buena pareja con Olivia Munn, que cuenta con un personaje de lo más prescindible en toda la película.
'Líbranos del mal' es capaz de mantener el interés del espectador con esos aires de serie de policías que tiene o su ambiciosa escena del exorcismo;
también puede alardear de poder hacer saltar al espectador en su
asiento cuatro o cinco veces (a destacar el segmento del zoo), incluso
puede retorcer ligeramente el aparato digestivo de más de uno en alguna
ocasión.
Pero si pretende ser una película de terror, no llega a cumplir
con su cometido por camuflarla demasiado detrás de otro tipo de
películas, y ponerse tantos obstáculos con subtramas innecesarias que al
final uno se mete de lleno en el exorcismo, pero no sabe cómo ha llegado.
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